En los años cincuenta, durante el mandato de Laureano Gómez, mientras se mataban godos y cachiporros (léase conservadores y liberales), los mineros de Zipaquirá toman la iniciativa de hacer una capilla para rendirle culto a la Virgen de Guazá, su patrona. Es con esa idea que luego se desarrollará el proyecto de la Catedral de sal de Zipaquirá.
Sobre el origen de la mina de sal hay varias hipótesis. Pero vale la pena leer una muy extendida, que se refleja en un artículo publicado en el períodico El Tiempo, hacia el año de 1949:
“... si Bogotá hubiera existido en la época cuaternaria- hubiera sido puerto de mar. Como suena. Durante muchos años, las aguas de un mar proceloso, un mar inmenso que bañaba el mundo, se estrellaron levantando espuma, contra los acantilados que hoy llamamos Monserrate, El Aserradero y El Tablazo. Si en esa época hubieran tenido los chibchas prehistóricos (si es que ya existían los chibchas prehistóricos), el buen criterio de fundar a Bogotá, Bogotá hubiera llegado a ser un puerto de la mayor importancia. Situado en las faldas de Monserrate, tendría a sus espaldas un excelente “puerto” de mar. Y al frente, se extendería el inmenso lago salobre que cubría lo que es hoy la sabana, en toda su extensión. El mismo lago que después, con el correr del tiempo, fue secando poco a poco, fraccionándose en diversas lagunas, infiltrándose por los montes, y solidificándose en las actuales y riquísimas salinas de Zipaquirá. La sal que en este momento tiene el lector ante su mesa, es, pues, auténtica y legítima sal marina. Aunque haya sido extraída de las mismísimas salinas de Zipaquirá”.